Carnavales: la parodia de la vida cotidiana y la renovación de la vida en potencia

Estamos en los tiempos del Rey Momo, estamos en carnaval y durante las cuatro noches de su reinado el orden establecido se trastoca: aquí el monarca y el juez son uno más sentados al lado del panadero y la ama de casa.

Y es que son los tiempos del carnaval que impulsan a una renovación creadora tergiversando el orden establecido. Y esto es porque en carnaval "todo está permitido" aunque con la única salvedad de que esta transgresión tiene un tiempo acotado.

El carnaval nace y muere en esas cuatro noches y, para quienes sepan interpretar el sentido de la invitación a la transgresión, la propuesta es "una llamada a renovar el mundo", a posibilitarnos pensar en otra realidad "posible", "deseable": el carnaval invita a "pensar la manera de mejorar este mundo que nos toca vivir desde y en la cotidianeidad".

Mijail Bajtin supo interpretar esta potencia en la "risa del carnaval" que no es la transgresión por la transgresión misma - una burda parodia sin vuelo que se consume en el mismo instante de su ejecución - sino la posibilidad de pensar, criticar, imaginar y proponer otra realidad plausible.

Así en carnaval el tiempo de la vida productiva cotidiana se ve congelado, puesto entre paréntesis, para desatar todas las emociones contenidas y "desahogar" eso que opresiona cotidianamente nuestras existencias.

En esta "fiesta de la transgresión" no sería de extrañar que frente al espectáculo de la risa de carnaval, el "soberano", el ciudadano, se siente al lado del "representante del pueblo" y compartan como pares del "sentido absurdo que se cuela en las normas y reglas" de lo cotidiano.

Porque, al fin y al cabo, todos iremos a parar al fondo mismo de nuestro destino en común: la muerte.

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